domingo, 2 de octubre de 2011

Seis claves para reconocer un objeto 'kitsch'

Inelegante y popular, feo y sin embargo cómodo, chillón y a la vez perfecto para cualquier espacio, indumento y situación. El kitsch es una idea universal igual que la idea de belleza y supone los mismos problemas de definición. ¿Qué es exactamente el kitsch? A esta pregunta intenta contestar El Kitsch, una breve antología, publicada recientemente por la editorial Casimiro, que reúne las reflexiones de filósofos, sociólogos y escritores como Tomas Kulka, Walter Benjamín, Hermann Broch, Abraham Moles y Norbert Elias sobre este tema.

¿Cómo se define el kitsch? ¿Cómo se reconoce un objeto kitsch? ¿A quién le gusta el kitsch? Como afirma Matei Calinescu en un ensayo publicado en 1976 “no existe, por desgracia, ninguna definición que por sí sola pueda servir”. Aun así, existen algunas claves que alumbran el camino y ayudan a distinguir lo que es kitsch de lo que no lo es.

1.- Popularidad. Obviamente no hay acuerdo sobre el origen de la palabra. Algunos creen que procede del término inglés sketch – boceto – y otros de la expresión alemana etwas verkitschen, que significa “vender barato”. En cualquier caso, si la esencia de las cosas está en sus nombres, el kitsch está más cerca de un garabato producido en serie que de una obra de arte de valor inestimable. De allí su asequibilidad y popularidad.

2.- Bonito, pero no bello. Caballos, chicas,, muñecos, cachorros, madres con bebés, niños con lágrima, atardeceres y pueblos alpinos son mucho más que motivos recurrentes en el kitsch sino, dice Kulka, condiciones sine qua non. El kitsch no es bello absoluto, despersonalizado y terrible, sino algo que guarda, expresa y suscita sentimientos comunes. Sería como comparar un volcán en erupción a la llama cálida de una chimenea.

3.- Útil. Un objeto kitsch no sólo suscita emociones, sino que tiene que suscitarlas obligatoriamente. Un objeto kitsch es un objeto que sirve siempre para algo: para decorar, para ostentar, para ocultar, para entretener. El ejemplo más obvio es un souvenir: copia barata y en edición ilimitada de una obra de arte auténtica, el souvenir ocupa un sitio de honor en cualquier hogar. No porque es bello, sino porque alude al lujo del viaje y al cariño de quien viaja y además llena un hueco. Y no hay cosa que el espíritu kitsch aborrezca más que el vacío.

4.- Acumulación y percepción sinestésica. Un objeto kitsch no se conforma con ser una sola cosa, es dos o tres a la vez. Un joyero- carillón y un peluche con un despertador en la barriga pueden ser unos buenos ejemplos. Abraham Moles recurre a una metáfora gastronómica: la tarta de bodas de muchos pisos “donde el bizcochuelo se añade a la banana, al azucarado, al chocolate y los colores del arco iris, en una obra caracterizada por su gigantismo y por sus pretensiones escultóricas, a la Torre de Babel o a la iglesia del pueblo".

5.- Conservador. El objeto kitsch tiene que ser perfectamente reconocible, común y hasta banal. Cualquier innovación tanto conceptual como formal está severamente prohibida. En el siglo XIX, un cuadro naturalista con sus montañas marrones cubiertas de nieve blanca podía ser tanto una obra de arte como una obra kitsch, pero un cuadro impresionista con sus "indecentes" árboles morados y sus nubes verdes sólo podía ser una obra de arte. Y ni siquiera para muchos: sólo para unos cuatros pintores atrevidos que se atrevían con algo nuevo e incomprensible para la mayoría de las personas. 

6.- Democracia. Como rechaza cualquier novedad y cualquier exceso, es reconocible hasta la banalidad y está al alcance “de todos los bolsillos, de todos los espíritus, de todas las conciencias” como escribe Abraham Moles, el kitsch no está hecho para el asceta, el héroe o el artista, está hecho para las masas. Aunque, dice Moles, no hay asceta, héroe o artista que no tenga algo kitsch en la medida en que es cotidiano. En otras palabras, el kitsch es lo más democrático que hay.